Llevo dos semanas tratando de ver “El discurso del rey” en una sala de cine de Madrid. La primera vez me presenté con mi mujer en una multisala pero la película famosa del tartamudo rey inglés estaba solo en versión original. Como no nos apetecía ver a un tartamudo en inglés, decidimos ver otra película en español que no nos gustó mucho.
He intentado ver la película por segunda vez este fin de semana. Para ello, si no se tiene un ordenador a mano, hay que:
A. comprar periódico.
B. Ver cartelera.
C. Elegir sala y hora.
D. Dirigirse a la sala.
E. Enfrentarse a chica de taquilla.
(eso en el caso de que quien escribió la cartelera no se haya equivocado de sala y hora)
Fuimos de nuevo a un gran centro comercial de Madrid y al llegar nos dijeron que solo quedaban asientos en la fila 4 de 12 que había. Eso es casi como verla en 3D. Y si quería asiento Vips, teníamos que pagar mucho más.
Intenté ver otras películas, pero la cosa estaba igual. “Esa que dice la echamos a las 00.00 horas”, nos dijo la chica con malhumor.
La chica que nos atendía nos echaba una bronca cada vez que preguntábamos. Como el cine hay que verlo con placer, desistimos.
Mientras estaba en mi casa apenado por no haber podido ver esa película, se me encendió la luz de la maldad. ¡Un momento! ¿Por qué tengo que ver la película cuando la sala de cine quiera que la vea? ¿Por qué tengo que aguantar a una chica que no sabe atender al público? ¿Por qué tenía que estar obligado a verla en la fila 4? ¿Por qué?
Pensé en la señorita que me atendió tan mal, así como en el dueño de la sala. Pensé en esas personas que me hacían difícil algo tan fácil como ver una película. Recordé que Sergey Brin, uno de los fundadores de Google, contaba las dificultades que tuvo para ver un DVD una vez cuando fue de viaje con su mujer por Europa. Como saben, los DVD tienen zonas geográficas y lo que sirve en EEUU no sirve en Europa. Peor aún: lo que sirve en un reproductor normal, no sirve en un Blu-ray.
Seguro que fue una de las razones por las que Google va a sacar Google TV: un servicio de televisión a la carta por internet a través de los televisores.
Y entonces tuve una visión: vi una bola de fuego que caía sobre las salas de cine y las extinguía. Esa es mi profecía: en el próximo futuro, las salas de cine desaparecerán. No podrán competir con la próxima generación de televisores con internet en los salones de casa (el próximo Google TV y otros), que estarán conectados a portales donde podremos elegir qué queremos ver, cuándo y hasta parar la emisión para ir al lavabo.
No podrán con las webs como Wuaki o Netflix (esta última en EEUU), que sirven largometrajes con excelente definición a precios muy bajos.
¿Fin de la historia?
Ya quisiera. Entré en la web Wuaki para descargarme películas de pago. Había algunas películas que eran gratuitas, si uno estaba dispuesto a ver publicidad del BBVA. Pero la que yo quería valía 2,99 euros.
Tardé unos segundos en conectar mi portátil a la tele y otros en pagar con tarjeta.
Teníamos una cerveza, un vinito, unas tapitas. Afuera estaba lloviendo y hacía mucho frío. Pero mi ilusión se estrelló. Fue imposible ver la película. Increíble: yo quería pagar por un servicio, igual que en la sala de cine, pero los propietarios tampoco deseaban que culminase ese servicio.
Todavía queda mucho para que estemos a la altura de Netflix. El cine en España sigue trabajando con manivela. Pero eso no destruirá aquella visión de San Malaquías.
Como dijo en la gala de los Goya, el cineasta Alex de la Iglesia, “internet es la salvación del cine”.
Cuando llegue ese día, ¡adiós salas de cine con palomitas y refrescos por precios exorbitantes! (sin contar con señoritas antipáticas).
He intentado ver la película por segunda vez este fin de semana. Para ello, si no se tiene un ordenador a mano, hay que:
A. comprar periódico.
B. Ver cartelera.
C. Elegir sala y hora.
D. Dirigirse a la sala.
E. Enfrentarse a chica de taquilla.
(eso en el caso de que quien escribió la cartelera no se haya equivocado de sala y hora)
Fuimos de nuevo a un gran centro comercial de Madrid y al llegar nos dijeron que solo quedaban asientos en la fila 4 de 12 que había. Eso es casi como verla en 3D. Y si quería asiento Vips, teníamos que pagar mucho más.
Intenté ver otras películas, pero la cosa estaba igual. “Esa que dice la echamos a las 00.00 horas”, nos dijo la chica con malhumor.
La chica que nos atendía nos echaba una bronca cada vez que preguntábamos. Como el cine hay que verlo con placer, desistimos.
Mientras estaba en mi casa apenado por no haber podido ver esa película, se me encendió la luz de la maldad. ¡Un momento! ¿Por qué tengo que ver la película cuando la sala de cine quiera que la vea? ¿Por qué tengo que aguantar a una chica que no sabe atender al público? ¿Por qué tenía que estar obligado a verla en la fila 4? ¿Por qué?
Pensé en la señorita que me atendió tan mal, así como en el dueño de la sala. Pensé en esas personas que me hacían difícil algo tan fácil como ver una película. Recordé que Sergey Brin, uno de los fundadores de Google, contaba las dificultades que tuvo para ver un DVD una vez cuando fue de viaje con su mujer por Europa. Como saben, los DVD tienen zonas geográficas y lo que sirve en EEUU no sirve en Europa. Peor aún: lo que sirve en un reproductor normal, no sirve en un Blu-ray.
Seguro que fue una de las razones por las que Google va a sacar Google TV: un servicio de televisión a la carta por internet a través de los televisores.
Y entonces tuve una visión: vi una bola de fuego que caía sobre las salas de cine y las extinguía. Esa es mi profecía: en el próximo futuro, las salas de cine desaparecerán. No podrán competir con la próxima generación de televisores con internet en los salones de casa (el próximo Google TV y otros), que estarán conectados a portales donde podremos elegir qué queremos ver, cuándo y hasta parar la emisión para ir al lavabo.
No podrán con las webs como Wuaki o Netflix (esta última en EEUU), que sirven largometrajes con excelente definición a precios muy bajos.
¿Fin de la historia?
Ya quisiera. Entré en la web Wuaki para descargarme películas de pago. Había algunas películas que eran gratuitas, si uno estaba dispuesto a ver publicidad del BBVA. Pero la que yo quería valía 2,99 euros.
Tardé unos segundos en conectar mi portátil a la tele y otros en pagar con tarjeta.
Teníamos una cerveza, un vinito, unas tapitas. Afuera estaba lloviendo y hacía mucho frío. Pero mi ilusión se estrelló. Fue imposible ver la película. Increíble: yo quería pagar por un servicio, igual que en la sala de cine, pero los propietarios tampoco deseaban que culminase ese servicio.
Todavía queda mucho para que estemos a la altura de Netflix. El cine en España sigue trabajando con manivela. Pero eso no destruirá aquella visión de San Malaquías.
Como dijo en la gala de los Goya, el cineasta Alex de la Iglesia, “internet es la salvación del cine”.
Cuando llegue ese día, ¡adiós salas de cine con palomitas y refrescos por precios exorbitantes! (sin contar con señoritas antipáticas).